Iglesia, expolio y refranero

Manuel Motilva. El agudo refranero español dice: “No hay peor sordo que el que no quiere oír”, dicho que puede aplicarse con precisión a la jerarquía eclesiástica navarra con motivo de haber ordenado éstos el “traslado” a Pamplona de ciertos documentos históricos desde el archivo catedralicio tudelano sin escuchar la reclamación de sus estupefactos vecinos.

Claro que hay otro, igualmente agudo, que reza: “A palabras necias, oídos sordos”, también apropiado a la misma jerarquía, mediante el que ésta adjudica necedad (estupidez, elemental simpleza, bobería propiamente) a cuantas palabras se han alzado contrarias a este inopinado viaje y demostrando un oceánico desprecio a sus cualificadas y argumentadas razones, que todos hemos podido leer en la prensa estos días y a los que, con su silencio, reputan de necios. Quienes no los consideramos necios pasamos, automáticamente y de ese modo, a ser unos necios más. Es decir, todos necios.

Se ve que la Iglesia ha considerado: “Hombre, si el archivo es nuestro, podemos tenerlo donde queramos”. Pues no. Porque el Gobierno de Navarra invirtió en su día 250 millones de pesetas en la reforma del ruinoso edificio Decanal para dedicarlo a Archivo Eclesiástico y el Ayuntamiento de Tudela ha contribuido a su mantenimiento durante 20 años con cantidades anuales entre los 60.000 y 90.000 euros, precisamente para que se mantuviera abierto y atendido con personal tanto el Museo Diocesano como el Archivo Eclesiástico y la Casa de la Iglesia, según se expresa en los convenios firmados al efecto. Y hay toda una serie de disposiciones reglamentadas que obligan a su mantenimiento en la ciudad.

Pero, sobre todo, lo que hay es un compromiso ético de la Iglesia (entidad que se atribuye la moral más genuina) con sus ‘fieles’, en particular los ciudadanos de su ámbito, por mantener unido el riquísimo patrimonio del que es heredera. Pero, por lo visto, no es lo mismo religión que Iglesia, como tampoco lo es ideología y políticos, y eso les lleva a creer que pueden hacer de su capa un sayo, y disponer a capricho de un patrimonio cultural que pertenece a la sociedad de la que forma parte, es expresivo de su identidad y que la Iglesia está obligada a conservar, “amejorar” y poner al servicio de los ciudadanos.

El siguiente paso en el ninguneo a la ciudad será el cierre del Museo bajo cualquier pretexto, cosa que ya intentaron sin éxito en 2003. O como hacen ahora, sin molestarse en argüir razonamiento alguno. ¿Olvida la Iglesia que la soberbia sigue siendo pecado? Excelente jugada: rehabilitado el Palacio y la Catedral por el Gobierno, mantenido durante 20 años por el Ayuntamiento ahora, “si te he visto, no me acuerdo”. ¡Cojonudo!

Entre las voces que han clamado ante el atropello me resulta especial la de Ana Pérez, esposa que fue de Julio Segura, archivero, por su claridad y contundencia. Echo en falta, sin embargo, esas voces autorizadas y cuyo silencio ahora resulta de particular elocuencia. Por contraste, la ruina de San Nicolás aparecía más brillante. Por cierto, otra jugada magistral de la Iglesia.

Decisiones unilaterales de la jerarquía eclesiástica como esta de amputar una parte del patrimonio con desprecio unánime a nuestra propia identidad, requiere el retracto inmediato y la restitución sin contemplaciones. Lo contrario determina la pérdida de la confianza y del respeto a quien debe administrar los bienes comunes y no sabe hacerlo. Y justifica la intervención de quien sepa garantizarlo.El autor es exdirector del Museo Diocesano de Tudela

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