Debemos aclarar, sin embargo, un punto que desconocíais o confundíais. En 2007 nació la Plataforma de Defensa del Patrimonio Navarro, a la que luego se sumó la creada por ayuntamientos y concejos navarros. Esta plataforma publicó el libro Escándalo monumental, que hemos ido presentando en más de 60 localidades navarras. El libro recoge la fiebre inmatriculadora de la Diócesis navarra: 651 templos parroquiales, 191 ermitas, 9 basílicas, 42 casas parroquiales, 3 atrios, 8 cementerios, 180 fincas, viñas, pastos, 1 frontón… Todo escriturado a nombre del Arzobispado sin que nadie se haya enterado: ni los curas, ni el Consejo Pastoral, ni las parroquias…, es decir, ni los cristianos de base como vosotros. Mucho menos los que no pisan los templos, pero que también son pueblo. Posteriormente, y a partir de una primera comisión de alcaldes, ha cuajado una plataforma de ayuntamientos, con pleno derecho y razón de ser, como autoridades que son y gestores públicos obligados a defender el patrimonio común.
En contra de lo que decíais, nosotros no hemos escrito ni dicho nunca que las iglesias son de los ayuntamientos. Decimos rotundamente que pertenecen a los pueblos. Y que es un escándalo y algo inconstitucional que, gracias al artículo 206 de la Ley Hipotecaria, y al Decreto Ley de José María Aznar de 1998, la Diócesis haya procedido a la inmatriculación de todos estos bienes con alevoso sigilo. Ahora, todo ese inmenso patrimonio tiene un solo dueño legal, la Diócesis, dependiente de la Conferencia Episcopal Española, y ésta a su vez del Vaticano, un estado extranjero.
Os preguntáis en vuestro escrito si es legítimo vender las casas del cura que las parroquias han edificado con su dinero y sudor. Nuestra impresión es que no parece duda sincera, sino condena en tono suave de algo que creéis injusto. Como Plataforma de Defensa del Patrimonio Navarro vamos más allá y afirmamos que no fueron los creyentes quienes levantaron y mantuvieron las iglesias, casas parroquiales, cementerios, etcétera, sino todo el vecindario de cada localidad, fueran creyentes o no. Y esto a través del auzolan y otras aportaciones obligatorias, fueran diezmos, primicias, derramas vecinales o impuestos municipales. Durante siglos concepto de parroquiano y de vecino venían a ser lo mismo a efectos de sostener estos bienes públicos. Una vez que se dio la separación legal entre el poder publico y el eclesial, el ser parroquiano pasó a ser una opción personal y no colectiva. Entonces, ¿quién sigue siendo el dueño de los bienes? Sin asomo de duda, el conjunto del pueblo que los levantó y los siguió manteniendo. ¿Y quién administra los bienes de todo el pueblo? Evidentemente ,el Ayuntamiento, que es el que representa a todos, y no la parroquia ni muchísimo menos el arzobispo. Pretender que la iglesia, la casa del cura, el atrio, el cementerio, el huerto del cura y la ermita que levantó todo el vecindario, pertenecen de pronto, exclusivamente, a los que van a misa, es lo mismo que pretender que el frontón del pueblo pertenece a los pelotaris que juegan en él. Siguen siendo bienes vecinales, que deben seguir siendo mantenidos (como de hecho ocurre con la mayoría) con aportaciones públicas, y deben ser usados por los parroquianos para las prácticas religiosas y por el común de los vecinos para las necesidades colectivas. Así ha sido históricamente y sigue siendo lo más razonable, lo más justo para parroquianos y vecinos y, sin duda, lo más cristiano.
Además, es la única manera de que todo ese patrimonio siga perteneciendo al pueblo (y a los parroquianos) y no se venda por el Arzobispado, como acertadamente denunciábais en vuestro escrito.
Vemos que muchos cristianos de base todavía no siguen vuestro pensamiento, porque son incapaces de decir alto y claro que todas estas inmatriculaciones son una falsedad y carecen de espíritu cristiano. Algunos curas piensan como vosotros, pero se callan como si no fuera con ellos. Adelante creyentes. Os animamos a que sigáis escribiendo vuestras críticas con libertad, como aportación y clarificación de este escándalo de las inmatriculaciones, que nunca se debió dar y que entre todos tenemos que darle la vuelta.